Duelo y sus etapas

El duelo es un proceso de adaptación al que nos enfrentamos en donde manifestamos un sentimiento u emoción que se tiene por la pérdida de alguien.

En el momento de la pérdida las personas pueden tener actitudes de rechazo, confusión, efectos físicos como dolor de pecho, la garganta, entre otros; también puede llegar a presentar llanto, negación, conmoción, tristeza, desesperanza, angustia y ansiedad.

En la sociedad antigua la muerte era visto como algo normal, algo preciado pero en la actualidad hay mucha gente que le teme a la muerte y esto se debe a que no sabemos que hay después de la muerte entonces cuando el ser humano no sabe que es lo que sigue es cuando le entra el miedo.

Kubler-Ross una psiquiatra y escritora suizo-estadounidense, una de las mayores expertas mundiales en la muerte, las personas moribundas y los cuidados paliativos describió  diferentes etapas del duelo
  1. Negación/Aislamiento
  2. Ira
  3. Negociación 
  4. Depresión
  5. Adaptación
Negación/Aislamiento

La negación en el duelo se ha malinterpretado con los años. Una vez que la etapa de la negación se introdujo por primera vez en el libro "Sobre la muerte y los moribundos", se centraba en  el individuo que estaba agonizando; en un moribundo, la negación puede parecer incredulidad, la persona puede seguir viviendo y negar la existencia de una patología terminal., sin embargo para alguien que ha perdido a un ser querido la negación es más simbólica que literal. 

Cuando estamos en la etapa de la negación, al inicio podemos quedarnos paralizados o refugiarnos en la insensibilidad. La negación todavía no es la negación de la muerte propiamente dicha, aunque alguien pueda decir: «No puedo creer que esté muerto». De hecho el individuo lo dice porque, al principio, la realidad es excesiva para su psique.


Ira

En esta etapa es importante recordar que la ira solamente aflora cuando nos sentimos lo bastante seguros como para saber que probablemente sobreviviremos pase lo que pase y puede manifestarse de varias maneras: ira contra el ser querido por no haberse cuidado mejor, ira contra nosotros mismos por no haberlo cuidado mejor. La ira no tiene por qué ser lógica ni válida, podemos enfadarnos por no haber podido hacer nada para salvarlo, no haber podido evitar su muerte o con los médicos por su incapacidad para salvar a esa persona tan importante para nosotros, e incluso porque esa persona nos haya dejado, objetivamente sabemos que no quería morir pero emocionalmente sólo se nos queda que ha fallecido.

Pero, sobre todo, uno puede estar enfadado por hallarse en una situación que no esperaba, merecía ni deseaba. Una persona dijo una vez: «Siento ira por tener que seguir viviendo en un mundo donde no puedo encontrarla, llamarla ni verla. No puedo encontrar a la persona que amaba o necesitaba por ninguna parte. Ella no está realmente donde descansa su cuerpo. Los cuerpos celestiales me eluden. La totalidad o unicidad de su existencia espiritual me rehúye. Estoy perdido y saturado de furia». 

La ira es una fase elemental en el proceso curativo. Tienes que estar dispuesto a sentir la ira aunque parezca infinita, en cuanto más la sientas, antes comenzará a disiparse y previamente podrás curarte. A menudo preferimos esconder los sentimientos hasta que nos sintamos preparados para afrontarlos pero eso sólo nos afecta más, aunque pueda parecer absorbente mientras no te consuma por un largo periodo, forma parte de tu repertorio emocional; es una emoción útil para desahogarse y dejar atrás sus primeros embates. También hay que tener en cuenta que mientras realices el duelo, la ira volverá a visitarte muchas veces en sus múltiples formas.



Negociación

Antes de una pérdida, haríamos cualquier cosa con tal de que no se lleven a la persona que queremos. «Por favor, Dios», pactamos, «no volveré a enfadarme con... nunca más si permites que viva». Después de una pérdida, la negociación puede adoptar la forma de una tregua temporal. «¿Y si dedico mi vida a ayudar al prójimo? ¿Podré entonces despertarme y descubrir que todo esto ha sido sólo una pesadilla?». Nos extraviamos en un laberinto donde no hacemos más que repetirnos «ojalá...». O «¿y si...?». Queremos que la vida vuelva a ser como era; queremos que nuestro ser querido nos sea restituido. Queremos retroceder en el tiempo: encontrar antes el tumor, reconocer la enfermedad con más rapidez; impedir que el accidente suceda... ojalá, ojalá, ojalá. La negociación a menudo va acompañada de culpa. 

Los «ojalás» nos inducen a criticarnos y a cuestionar lo que «creemos» que podríamos haber hecho de otra forma. Es posible que incluso pactemos con el dolor. Haremos cualquier cosa por no sentir el dolor de esta pérdida. Nos quedamos anclados en el pasado, intentando pactar la forma de librarnos del dolor.


Depresión 

Tras la negociación, nuestra atención se dirige al presente. Aparece la sensación de vacío, y el duelo entra en nuestra vida a un nivel más profundo, mucho más de lo que nos hubiéramos imaginado. Pareciera que esta etapa va a durar para siempre. Es importante comprender que esta depresión no es un síntoma de enfermedad mental, sino la respuesta adecuada ante una gran pérdida.

La vida parece no tener sentido; te sientes pesado y la acción de ponerse en pie requiere un esfuerzo del que tú careces. Si consigues ponerte en marcha y cumplir con las actividades diarias, cada una de ellas parece tan vacía e inútil como la anterior. ¿Por qué comer? ¿Por qué dejar de comer? No te importa lo bastante como para que te importe. Si te importara lo que pasa, podrías sentir miedo, así que no quieres que te importe nada. Las personas que te rodean ven este letargo y quieren ayudarte a salir de tu «depresión». 

A menudo, la depresión tras una pérdida se considera algo no natural: un estado que hay que solventar, algo que se debe desechar. Lo primero que debes preguntarte es si la situación en la que te encuentras es realmente depresiva. La pérdida de un ser querido es una situación depresiva, y la depresión es una respuesta normal y adecuada. Lo raro sería no sentirse deprimido tras perder a un ser querido. Cuando el alma toma plena conciencia de la pérdida, cuando nos damos cuenta de que nuestro ser querido no logró recuperarse esta vez y no va a volver, es normal deprimirse.

Como el duelo es un proceso de curación, la depresión es uno de los muchos pasos necesarios que hay que superar para conseguirla. Cuando somos conscientes de que nos encontramos en una depresión o muchos amigos nos dicen que nos ven deprimidos, es posible que nuestra primera respuesta sea resistirnos y buscar una salida. Buscar una salida a la depresión es como entrar en el ojo de un huracán y dar vueltas dentro, temiendo que no exista una manera de salir de él.


Adaptación

La aceptación suele confundirse con la noción de que nos sentimos bien o estamos de acuerdo con lo que ha pasado. No es eso. La mayoría de la gente no se siente bien o de acuerdo con la pérdida de un ser querido. 

En esta etapa, se acepta la realidad de que nuestro ser querido se ha ido físicamente y se reconoce que dicha realidad es la realidad permanente. Nunca nos gustará esta realidad ni estaremos de acuerdo con ella pero, al final, la aceptamos. Aprendemos a vivir con ella. Es la nueva norma con la que debemos aprender a vivir. 

Ahora es cuando nuestra readaptación y curación final pueden afianzarse con firmeza, a pesar de que, a menudo, vemos y sentimos la curación como algo inalcanzable. La curación se refleja en las acciones de recordar, recomponerse y reorganizarse. 

Es posible que dejemos de estar enfadados con Dios; es posible que lleguemos a ser conscientes de las razones objetivas de nuestra pérdida, aunque nunca lleguemos a entenderlas. Los supervivientes empezamos a darnos cuenta, con gran pena, de que le había llegado la hora a nuestro ser querido. Por supuesto que era demasiado pronto para nosotros, y es probable que también lo fuera para él. Quizá era muy mayor ya o sufría grandes dolores o una enfermedad grave. Quizá su cuerpo se había consumido y estaba preparado para llegar al final de su viaje. Pero nuestro viaje continúa. Nuestra hora de partir todavía no ha llegado, de hecho, es la hora de curarnos.







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